miércoles, 2 de abril de 2008

La esperanza vive al sur de Lima



El cielo está gris pero los corazones de los pisqueños no pierden la fe. Han pasado ya seis meses desde la infausta tarde del 15 de agosto. Es cierto que queda mucho por hacer, heridas por curar pero la ciudad lucha, perseverante, para renacer de los escombros.
Cómo olvidar las primeras imágenes que dejó el terremoto, esas escenas tristes, absolutamente desgarradoras. En Pisco no sólo se perdieron bienes materiales sino que también fallecieron cientos de pobladores. Muchas heridas aún siguen sin cerrar, las familias sufren por los seres queridos que de pronto se fueron y no volverán más. El 15 de agosto, la tierra se movió y cuando dejó de temblar, ya había roto muchos sueños.
El reloj marca las dos de la tarde del 22 de febrero, y estamos exactamente en el kilómetro 290 de la Panamericana Sur. Tras unas tres horas de viaje desde Lima, podemos mirarle la cara a la tristeza. Aún faltan 15 minutos para ingresar a Pisco. En medio del camino aún se nota la destrucción en la que está sumida esta localidad. Las casas que existían han desaparecido. El escenario, luego de seis meses, sigue siendo desolador: personas durmiendo en carpas y el boulevard en donde había muchas tiendas comerciales, simplemente ya no existe.
Sin embargo, hay mucha gente esforzándose cada día para salir adelante y dejar esos horribles recuerdos atrás.
Junior es un niño de nueve años, trigueñito y muy bajito para su edad. Dice algo que todavía está impregnado en mi memoria: “En el terremoto murieron dos amiguitos, sé que ellos no están aquí, pero también sé que si yo sigo vivo es porque Dios quiere que sea un gran hombre y además, quiere que ayude a Pisco a salir a delante con mi esfuerzo y mi dedicación”. Sin duda, una forma de pensar bastante madura para un niño de esa edad y que es casi una lección de vida para tanta gente que ante el menor obstáculo, se deja vencer.
Al caer la noche, Pisco se convierte en una gran feria llena de colorido, luces y algunas reuniones intentan matar el doloroso recuerdo. En las calles, se multiplican predicadores, vendedores ambulantes y niños corriendo de un lado a otro para subir felices a los juegos mecánicos que recién han llegado a la cuidad.
La devoción de los pobladores no ha decaído. Las ceremonias religiosas perduran. La eucaristía se celebra por las noches en una especie de templo construido con esteras en los terrenos de la Hermandad del Señor de la Agonía. Asimismo, en la iglesia San Clemente se realizan misas en una cuartito construido de madera en la parte trasera de la parroquia.

¿Premonición o coincidencia?
Después de un intenso día debo regresar a Lima. Pero antes tomar el autobús, me llamó la atención el titular de una revista de un kiosco de periódicos en el que se leía: “Richard Córdova dibujó la destrucción de Pisco la mañana del 15 de agosto”. El artículo cuenta que este joven pisqueño de 16 años, pintó una extraña imagen la mañana del terremoto. Lo que impacta más de la pintura es la precisión con la que se muestra las casas e iglesias destruidas, la hora del desastre, la cercanía al mar y la estela de luz que muchos miraron en el cielo.
Además se observa sobre la oscuridad una intensa luz que al parecer es Dios que está rodeado de ángeles. Uno de estos ángeles sobresale del resto, al parecer éste quiere advertir algo. El dibujo fue encontrado el sábado 18 por el padre del joven. Richard Córdova también fue una víctima de aquella trágica noche. Él no está para relatarnos como un joven de su edad pudo presagiar tanta desgracia a través del arte. Quizás este cuadro fue una premonición de lo que iba a ocurrir ese día, o tal vez, solo fue un momento de amarga inspiración; lo cierto es que este lienzo ha impactado a muchos pobladores que luego de seis meses de su hallazgo no pueden salir de su asombro.
Luego de tanta desgracia Pisco no se ha dado por vencido. Es cierto que, como diría César Vallejo, aún hay mucho por hacer. Día a día su gente, desde niños hasta adultos e incluso personas de la tercera edad, dan todo su esfuerzo para mejorar su ciudad, para reconstruirla con tesón. Esta dolorosa e imborrable experiencia les ha dado la fortaleza para vencer cualquier obstáculo y luchar hasta el final por lo que quieren, dándonos un maravilloso ejemplo de que la unión hace la fuerza.

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